Este salmo comienza con uno de los anhelos mas esenciales de las personas que se saben pecadoras: el anhelo de recibir la misericordia de Dios (v. 1); la certeza de que, en el día de la calamidad, Dios nos muestre Su bondadoso rostro y no nos de la espalda (ver Jer. 18:17). Esta era la petición del salmista en favor del pueblo, y esta es también la realidad de aquellos que hemos experimentado la gracia del evangelio. El apóstol Pablo nos dice que es en el evangelio donde hemos recibido esta «misericordia»; en el evangelio, Dios, “que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo» (2 Cor. 4:1, 6). Es en el rostro de nuestro Salvador donde Dios ha hecho resplandecer Su rostro sobre nosotros y nos ha llenado de «toda bendición espiritual en Cristo» (Ef. 1:3). Por lo tanto, la petición del salmista nos ha sido ya otorgada. Por esta razón, al enfrentar como creyente cualquier tipo de aflicción o necesidad, no necesitas vivir en incertidumbre. Por el contrario, tienes la plena certeza de la bendición de Dios por causa de la obra de Jesús consumada en la cruz a tu favor. ¡Sublime gracia!
Ahora, la misericordia que Dios nos ha otorgado como Su pueblo, nos ofrece mucho más que una simple certeza personal e individual en tiempos de necesidad. En realidad, Su bondad misericordiosa nos ha dado un propósito y una responsabilidad eternos y trascen- dentes. Los versículos 2 al 7 lo expresan en términos que crean una imagen maravillosa. En primer lugar, el versículo 2 nos señala que la misericordia que hemos recibido es «para que se conozcan en la tierra sus caminos, y entre todas las naciones su salvación». Cada vez que el rostro de Dios ilumina a una persona, su propósito se revela una vez más como evangelístico, misional y salvífico. Porque que cuando la salvación de Dios llega, otras bendiciones espirituales se añaden también. Y cada una de ellas debe ser nuestro anhelo y petición a Dios a favor del mundo a nuestro alrededor. El salmista pide en el versículo 3: «Que te alaben, oh Dios, los pueblos; que todos los pueblos te alaben». Tan grande es su anhelo de que el Dios Salvador sea alabado, que lo repite en el versículo 5. La obra misericordiosa de Dios por nosotros es por lo tanto primeramente teocéntrica. Su intención primaria es que Dios reciba la adoración que solo Él merece y que en el presente está ausente en muchos confines de la tierra. Pero observa el versículo 4, en el centro del doble anhelo de alabanza a Dios, descubrimos que Dios consuma nuestra dicha: «Alégrense y canten con júbilo las naciones, porque tú las gobiernas con rectitud…». ¡La adoración a Dios es para la alegría y el gozo de toda la tierra! Finalmente, el versículo 7 nos anuncia que toda esta bendición busca aquello que es el principio de la sabiduría: el temor de Dios. Cuando te enfrentes a pruebas y tribulaciones, recuerda siempre que, en el evangelio, tienes la certeza de la misericordia y la ben- dición de Dios. Y que esta bondad se te ha dado para que todas las naciones conozcan, alaben, y teman a Dios, y como resultado, se regocijen en Su salvación.
Nada me faltará: 30 meditaciones sobre Salmos de esperanza
Ordena el hogar sin ser controlador Por Paul David Tripp
Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control
Estoy cada vez más convencido de que solo hay dos formas de vivir: (1) confiar en Dios y vivir en sumisión a Su voluntad y Su gobierno o (2) tratar de ser Dios. No hay muchas opciones entre medio. Como pecadores, parece que somos mejores en la segunda que en la primera. Esta dinámica espiritual golpea directamente el corazón de la crianza y el matrimonio.
LA CRIANZA La crianza exitosa se trata de una pérdida de control legítima y ordenada por Dios. El objetivo de la crianza es criar hijos que una vez dependieron totalmente de nosotros para que sean personas maduras e independientes que, con confianza en Dios y un vínculo adecuado con la comunidad cristiana, sean capaces de valerse por sí mismos.
En los primeros años de crianza, tenemos el control de todo y, aunque nos quejamos del estrés de todo el proceso, nos gusta tener el poder. Es poco lo que los bebés y los niños muy pequeños eligen hacer. Les elegimos la comida, los tiempos de descanso, la forma en que hacen ejercicio físico, lo que ven y oyen, adónde van y quiénes son sus amigos… la lista podría seguir y seguir.
Sin embargo, la realidad es que, desde el primer día, nuestros hijos se van independizando. El bebé que antes no podía darse vuelta sin ayuda ahora puede gatear hacia el baño sin nuestro permiso y desenrollar un rollo completo de papel higiénico. Ese mismo niño pronto saldrá conduciendo de la casa hacia lugares totalmente ajenos a nuestro alcance parental.
¿Cuántos padres han luchado con los amigos que sus hijos han elegido? Sí, la elección de compañeros es un asunto muy serio, pero también es un área en la que cedemos control a un niño que va madurando. El objetivo de la crianza no es mantener un control estricto sobre nuestros hijos en un intento por garantizar su seguridad y nuestra cordura. Solo Dios puede ejercer ese tipo de control. En cambio, el objetivo es que Él nos use para inculcar en nuestros hijos un dominio propio cada vez mayor a través de los principios de la Palabra y permitirles ejercer la elección, el control y la independencia en círculos cada vez más amplios.
Como consejero y pastor, trabajé regularmente con padres que querían retroceder en el tiempo. Pensaban que la única esperanza era volver a los antiguos días de control total. Intentaban tratar a su hijo adolescente como a un niño pequeño. Terminaron pareciendo más carceleros que padres, y se olvidaron de ministrar el evangelio, que era la única esperanza en esos momentos cruciales de conflicto.
Es vital que recordemos tres verdades del evangelio en lo que respecta a estos conflictos de la crianza:
No hay ninguna situación que no esté bajo control, porque Cristo reina sobre todas las cosas por amor a la Iglesia (Ef 1:22).
La situación no solo está bajo control, sino que Dios también está obrando en ella, haciendo el bien que ha prometido hacer (Rom 8:28). Por lo tanto, no necesito controlar todos los deseos, pensamientos y acciones de mi hijo que está madurando. En cada situación, él o ella está bajo el control soberano de Cristo, quien está logrando lo que yo no puedo.
El objetivo de mi crianza no es conformar a mis hijos a mi imagen, sino trabajar para que sean conformados a la imagen de Cristo. Mi objetivo no es clonar mis gustos, opiniones y hábitos en mis hijos. No busco que mi imagen esté en ellos; mi anhelo es ver la de Cristo.
No podemos pensar en la crianza sin considerar honestamente lo que nosotros como padres aportamos al conflicto. Si nuestros corazones están dominados por el éxito, el reconocimiento y el control, anhelaremos inconscientemente que nuestros hijos cumplan con nuestras expectativas en lugar de atender sus necesidades espirituales. En vez de ver los momentos de conflicto como puertas de oportunidades dadas por Dios, los consideraremos irritantes, frustrantes y decepcionantes, y experimentaremos una ira creciente contra los mismos hijos a los que hemos sido llamados a ministrar.
EL MATRIMONIO Lo mismo ocurre con el matrimonio. Nuestros matrimonios viven en medio de un mundo que no funciona como Dios quiso. De una manera u otra, nuestros matrimonios se ven afectados todos los días por un mundo quebrantado. Tal vez, el asunto simplemente se trate de la necesidad de vivir con las complicaciones ordinarias de un mundo quebrantado, o tal vez estemos enfrentando problemas mayores que han alterado el curso de nuestras vidas y nuestros matrimonios. Pero hay una cosa segura: no escaparemos del entorno en que Dios ha elegido que vivamos.
No es accidental que estemos viviendo nuestros matrimonios en este mundo quebrantado. No es accidental que tengamos que lidiar con las cosas con que lidiamos. Nada de esto es azar, casualidad o suerte. Todo es parte del plan redentor de Dios. Hechos 17 dice que Él determina el lugar exacto donde vivimos y la duración exacta de nuestras vidas.
Dios sabe dónde vivimos y no se sorprende por lo que enfrentamos. Aunque enfrentemos cosas que no tienen sentido para nosotros, todo lo que enfrentamos tiene un sentido y un propósito. Estoy convencido de que comprender nuestro mundo caído y el propósito de Dios para mantenernos en él es fundamental para construir matrimonios de unidad, comprensión y amor.
Verás, la mayoría de nosotros tenemos un paradigma de felicidad personal. Ahora bien, no es malo querer ser feliz y tampoco es malo esforzarnos por la felicidad conyugal. Dios nos ha dado la capacidad de disfrutar y ha puesto cosas maravillosas a nuestro alrededor para que las disfrutemos. El problema no es que esta sea una meta errónea, sino que es una meta demasiado pequeña. Dios está trabajando en algo profundo, necesario y eterno.
Dios tiene un paradigma de santidad personal. No te dejes intimidar por este lenguaje. Estas palabras significan que Dios está obrando a través de nuestras circunstancias diarias para cambiarnos. En Su amor, Él sabe que no somos todo lo que fuimos creados para ser. Aunque sea difícil de admitir, todavía hay pecado dentro de nosotros, y ese pecado se interpone en el camino de lo que estamos destinados a ser y de lo que estamos diseñados para ser (y, por cierto, ese pecado es el mayor obstáculo de todos para un matrimonio de unidad, comprensión y amor).
Dios está usando las dificultades del aquí y el ahora para transformarnos, es decir, para rescatarnos de nosotros mismos. Y debido a que nos ama, interrumpirá o comprometerá deliberadamente nuestra felicidad momentánea a fin de dar un paso más en el proceso de rescate y transformación, al que está inquebrantablemente comprometido.
Cuando comenzamos a aceptar el paradigma de Dios, la vida cobra más sentido: las cosas que enfrentamos no son problemas irracionales, sino herramientas transformadoras. Y hay esperanza para nosotros y nuestros matrimonios, porque Dios está en medio de nuestras circunstancias y las está usando para moldearnos, dándonos la forma de lo que Él nos creó para que fuéramos. Cuando Él hace eso, no sólo respondemos mejor a la vida, sino que nos convertimos en personas mejores con las que convivir, lo que se traduce en mejores matrimonios.
Entonces, de una manera u otra, este mundo caído y lo que hay en él entrará por nuestras puertas, pero no debemos temer. Dios está con nosotros y está obrando para que estas dificultades den lugar a cosas buenas en nosotros y a través de nosotros.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine. Paul David Tripp El Dr. Paul David Tripp (@PaulTripp) es pastor, conferencista y autor de numerosos libros, entre ellos What Did You Expect? [¿Qué esperabas?] y New Morning Mercies [Nuevas misericordias matutinas]. Es fundador y presidente de Paul Tripp Ministries.
Dios… nos ha hablado por el Hijo… el cual (Jesús), siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder…
El hombre se imagina fácilmente un Dios que le conviene, que corresponde a sus propias aspiraciones, comprensivo y tolerante con todos. Ese Dios no es el de la Biblia. Dios no es el “buen Dios” como los hombres lo apodan. “Dios es amor” (1 Juan 4:8), es verdad. También es santo, y no puede soportar el pecado (Habacuc 1:13). En su Palabra Dios afirma que el pecado apartó al hombre del conocimiento íntimo de su Creador. Por eso Dios tuvo que echar a Adán del huerto del Edén (Génesis 3:9, 22-24). A partir de este acontecimiento, el hombre no puede ver a Dios y vivir (Éxodo 33:20).
Sin embargo, Dios nunca renunció a su voluntad de darse a conocer al hombre. Se reveló a nosotros enviando a su Hijo unigénito, Jesucristo, “hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7-8). Él es “la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15). Jesús incluso nos mostró a Dios como Padre, un calificativo que para el creyente sobrepasa a cualquier otro nombre: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18).
Pero el pecado, obstáculo infranqueable para el hombre, debe ser castigado. Entonces, por medio de su muerte, Jesús manifestó la inmensidad de su amor divino: sufrió en nuestro lugar el castigo que nosotros merecíamos. Así abrió el camino de la salvación, el acceso a Dios para todos los hombres que lo aceptan como su Salvador.