Honra a las mujeres como lo hace nuestro Señor

Honra a las mujeres como lo hace nuestro Señor
JOSH MANLEY

Mientras el debate sobre las mujeres en la iglesia persiste en Internet y en las mentes de los congregantes, me pregunto si algunas hermanas sienten hoy que sus iglesias debaten sobre sus llamados apropiados más de lo que se deleitan en ellos como uno de los mejores dones de Dios. Las conversaciones sobre lo que las mujeres pueden y no pueden hacer en el contexto de la iglesia son espinosas en este momento particular. ¿Pueden predicar, enseñar o dirigir un estudio bíblico mixto? Estas conversaciones son importantes porque las Escrituras hablan de ellas. Sin embargo, el discurso público de la iglesia sobre las mujeres, cuando es saludable, está marcado sobre todo por la celebración de las mujeres como santas fieles.

Mujeres de todos los continentes y denominaciones dan a conocer que su participación en la iglesia local a menudo las hace sentir ignoradas y poco valoradas. Es una realidad triste que nuestras madres e hijas sientan con frecuencia que la novia de Cristo las mantiene alejadas, incluso sin intención.

Hacemos bien en aspirar a la precisión teológica en todos los aspectos, incluidos el llamado de los hombres y las mujeres en la iglesia. Pero también haríamos bien en preguntarnos si la forma en que hablamos de las mujeres refleja la forma en que las Escrituras las celebran.

Presentando a Eva
Recordemos las primeras palabras del hombre en las Escrituras. Después de que Dios creara el mundo y todo lo que hay en él, la narrativa canta con el ritmo: «Dios vio que era bueno» (Gn 1:10, 12, 18, 21, 25, 31). Pero, de repente, Dios declara: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2:18). Así, Dios hace a la mujer, la ayuda idónea para el hombre. Como un padre llevaría a la novia a su futuro esposo, así Dios «la presentó al hombre» (Gn 2:22).

Las primeras palabras que una mujer escuchó de un hombre anunciaron el gozo que le produjo su existencia

Lo que sigue son las primeras frases registradas de labios humanos en la Escritura. Al ver a la mujer, Adán estalla de alegría: «¡Al fin!—exclamó el hombre—. ¡Esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Ella será llamada “mujer” porque fue tomada del hombre» (Gn 2:23). Sorprendentemente, las primeras palabras que una mujer escuchó de un hombre anunciaron el gozo que le produjo su existencia.

En ese momento, la mujer aún no había hecho nada, excepto existir por el poder de Dios. Sin embargo, su mera existencia lleva a Adán a regocijarse. Sin más instrucciones, comprende que la mujer es un regalo extraordinario para él. Había conocido la vida en el mundo de Dios sin ella y, una vez con ella, la ama de inmediato y sabe lo esencial que es para el mandato de Dios de que los humanos dominen y se multipliquen (Gn 1:28).

Adán no podría cumplir el llamado de Dios sin Eva. La historia se detiene sin la mujer. Dios pone en evidencia Su sabiduría en la creación de la mujer en el principio de la historia. A medida que avanza la historia del mundo, Dios pone en primer plano el papel esencial que desempeñará la mujer en Su plan redentor.

Un libro de heroínas
Las Escrituras están llenas de relatos que resaltan el lugar esencial y exaltado que ocupan las mujeres en la economía de Dios. Desde Rebeca, cuya fe al estilo de Abraham la obligó a abandonar su hogar para ir a un lugar y a un pueblo que no conocía (Gn 24), hasta Rut, la viuda moabita, cuya conversión al Señor la llevó a formar parte de la línea mesiánica, la historia de la Biblia no puede contarse sin la vida de mujeres fieles.

Las mujeres eran mucho más vulnerables que hoy en el mundo antiguo, en parte porque no gozaban de los mismos derechos legales que los hombres. Sin embargo, en ese mismo contexto, las Escrituras celebran a las mujeres, situándolas reiteradamente en la corriente del plan redentor de Dios, donde su fidelidad a Dios a menudo pone en evidencia la desobediencia de hombres caídos. Conocemos muchos de sus nombres: Sara, Débora, Ana, Abigail, Ester, Isabel y Priscila. Cuatro mujeres aparecen incluso en la genealogía de Cristo: Rahab, Rut, Betsabé y María (Mt 1:5-16).

La historia de la Biblia no puede contarse sin la vida de mujeres fieles

Sin embargo, hay muchas otras cuyos nombres solo Dios conoce: las mujeres que recuperaron a sus muertos mediante la resurrección (Heb 11:35); la viuda de Sarepta, cuyo hijo resucitó (1 R 17:17-24); la laboriosa mujer virtuosa ensalzada en Proverbios 31; la viuda que lo ofreció todo (Mr 12: 41-44); la mujer pecadora cuya atención prodigiosa a Jesús al lavarle los pies con lágrimas expuso la hipocresía de la élite religiosa (Lc 7:36-50); y la mujer cananea cuya fe fue respondida con la sanidad de su hija (Mt 15:21-28).

Las mujeres de la gran comisión
Una fe desbordante en Dios marca todos estos relatos y sigue alentando a los creyentes hoy en día. No se puede leer la Biblia sin discernir el papel de honor que Dios asigna a las mujeres en cada momento de su historia. Así como Dios le dio a Adán el mandato de multiplicarse en la tierra, también le dio a la iglesia la misión de multiplicar discípulos. Entonces, al igual que Adán se maravilló ante la creación de la mujer por parte de Dios, la Biblia nos enseña a glorificar a Dios por el increíble don de las mujeres que están en Cristo.

Nuestras hermanas han sido maravillosamente indispensables para la labor de la iglesia al dar testimonio de Cristo y hacer discípulos. Dios utilizó a Priscila para afinar e instruir al predicador Apolos en el camino de Dios (Hch 18:24-26). Sin las fervientes oraciones y la vida piadosa de Mónica, la iglesia no podría disfrutar de los tesoros de su hijo, Agustín.

¿Quién puede saber cuántos frutos eternos produjeron las labores de sacrificio de Lottie Moon y Gladys Aylward a través de sus extensos ministerios en China? ¿O a través del ministerio que Amy Carmichael ejerció durante toda su vida en la India?

Por supuesto, no solo alabamos a las hermanas cristianas cuyos nombres conocemos. Hay innumerables nombres que aún no hemos oído y que honraremos en la era venidera. Son madres y esposas fieles que oran al cielo mientras se entregan a su familia desde el amanecer hasta el atardecer, e incluso en las noches más oscuras. Son mujeres solteras que se contentan alegremente con Dios mientras el mundo las tienta constantemente a creer que su fe es una locura. Mi propia experiencia viviendo en el extranjero testifica la verdad de que hay muchas más mujeres jóvenes solteras que hombres cruzando océanos y fronteras por causa del evangelio.

Honrar a las mujeres entre nosotros
En la iglesia, así como lo fue en el jardín, no es bueno que el hombre esté solo (Gn 2:18). En una época en la que la cultura popular ha desdibujado las diferencias entre hombres y mujeres, los hombres cristianos tienen hoy la oportunidad de dar una nueva prueba de lo mucho que admiramos a las mujeres y valoramos la feminidad. Creadas por la sabiduría de Dios y por Su poder, las madres y las hijas de la iglesia no son ciudadanas de segunda categoría en la iglesia.

Creadas por la sabiduría de Dios y por Su poder, las madres y las hijas de la iglesia no son ciudadanas de segunda categoría en la iglesia

Dios presentó la primera mujer al primer hombre como un regalo y sigue dando mujeres como bendiciones a Su iglesia hoy en día. Así como la mujer conoció de inmediato el gozo del hombre por ella, también sería conveniente que las mujeres cristianas escucharan con regularidad lo mucho que aportan a la iglesia, tanto a nivel local como mundial. Adán no podía multiplicarse y dominar sin la mujer (Gn 1:28). Sin las mujeres cristianas, nosotros, la iglesia, no podremos cumplir nuestra misión de dar testimonio y hacer discípulos (Mt 28:18-20). Todas las Escrituras y la historia de la iglesia dan testimonio de este hecho.

Las mujeres impulsan la misión de la iglesia al demostrar cada día el valor incomparable de Cristo. No podemos permitirnos pasar por alto a estas hermanas en Cristo: ni el Dios de la historia ni el Dios encarnado las pasan por alto.

Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
Josh Manley es el pastor de la Iglesia Evangélica RAK en los Emiratos Árabes Unidos. Está casado con Jenny y tienen cinco hijos. Antes de entrar en el ministerio pastoral, Josh trabajó como asistente en el Senado de los Estados Unidos.

Ser fiel y dar frutos

Por Nicholas T. Batzig

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El éxito

Richard Greenham, uno de los renombrados teólogos puritanos del siglo XVI, fue muy querido en su época por la ayuda espiritual que supuso para muchos creyentes de Inglaterra, como también para sus compañeros ministros. Un buen número de pastores puritanos enviaban a sus congregantes a Greenham para lo que consideraban los «casos de conciencia» más difíciles. No obstante, Greenham expresó su pesar por no ver muchos frutos en su propia congregación de Dry Drayton —la pequeñísima ciudad rural en la que ejercía como pastor— durante sus casi veintiún años de ministerio allí. Al reflexionar sobre el estado espiritual de su congregación, Greenham habló de «enfermedad de sermones» y de «falta de fruto». Un escritor describió una vez el ministerio de Greenham en Dry Drayton en los siguientes términos: «Tenía pastos verdes, pero las ovejas estaban demasiado flacas». Tras su muerte, la pequeña congregación de Dry Drayton creció espiritualmente y prosperó numéricamente bajo el sucesor de Greenham. Alguien le preguntó una vez al ministro sucesor qué había hecho para experimentar tal crecimiento. Sin vacilar, indicó que era el fruto de la fiel labor de Greenham. Aunque Richard Greenham nunca vivió para ver ese fruto entre la gente que pastoreaba, su fidelidad en Dry Drayton fue decisiva para preparar los campos de la congregación para que dieran fruto en los años venideros.

Comprender la relación entre el ser fiel y el dar frutos no es de poca importancia para aquellos que derraman su vida en el ministerio del evangelio. También lo es para todos los creyentes. Una pregunta con la que con frecuencia se enfrenta la mente, tanto de ministros como de congregantes, es esta: ¿Cómo sé que mis labores por la causa de Cristo han sido fructíferas?

Es importante que establezcamos primero la enseñanza bíblica sobre el dar frutos. Cuando los fariseos acudieron a Juan para que los bautizara, él les dijo: «Dad frutos dignos de arrepentimiento» (Lc 3:8). Del mismo modo, Jesús dijo: «Todo árbol bueno da frutos» (Mt 7:17). Además, Jesús aseguró que, cuando la semilla de la Palabra de Dios cae en un corazón regenerado, «este sí da fruto» (13:23). El apóstol Pablo reveló que se preocupaba profundamente por la fecundidad en el ministerio cuando dijo a la iglesia de Filipos: «… si el vivir en la carne, esto significa para mí una labor fructífera…» (Flp 1:22). El apóstol también se preocupó profundamente por la fecundidad en la vida y el trabajo de los creyentes. Cuando escribió a la iglesia de Colosas, recordó a los creyentes la forma en que el evangelio había ido «dando fruto constantemente y creciendo, así lo ha estado haciendo también en vosotros, desde el día que oísteis y comprendisteis la gracia de Dios en verdad» (Col 1:6). Y por supuesto, nuestra mente vuelve una y otra vez al célebre pasaje del apóstol sobre el fruto del Espíritu (Gal 5:22-23). Cuando consideramos las enseñanzas de Jesús y los apóstoles, descubrimos que el dar frutos es la obra de Dios, basada en la obra salvadora de Cristo y producida soberanamente por Su Espíritu tanto en las vidas (carácter piadoso) como en las labores (obra del Reino) de Su pueblo.

Pero ¿qué determina la naturaleza de la fecundidad? ¿Es la fecundidad proporcional a nuestro trabajo? ¿O simplemente debemos procurar ser fieles y dejar que ocurra lo que ocurra? Afortunadamente, las Escrituras nos proporcionan una serie de respuestas a estas preguntas sobre la relación entre la fidelidad y el dar frutos.

El dar frutos es, en última instancia, la obra de Dios, que sucede cuando nos comprometemos con Él para procurar ser fieles en todos los aspectos de nuestra vida y en todo aquello a lo que Él nos llama. Debemos resistir la tentación de ver la fecundidad del mismo modo en que un corredor de bolsa ve su cartera. Es un error espiritual de enormes proporciones el mirar nuestras vidas y trabajos y decir: «Si hago esto hoy y esto mañana, el resultado será x, y o z». El apóstol Pablo, al defender su propio ministerio contra los ministros que se jactaban de sus propios logros, escribió: «Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento» (1 Co 3:6-7). El salmista, en términos inequívocos, enseñó el mismo principio cuando escribió: «Si el SEÑOR no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Sal 127:1). Cuanto más logremos comprender y abrazar este principio, más preparados estaremos para comprometernos con Él de tal manera que estemos dispuestos a ser utilizados de la forma que Él desee.

Aunque reconozcamos que el dar frutos es obra de Dios, debemos entender que la diligencia es un componente esencial de vivir y obrar fielmente. Una vez que reconocemos que la fecundidad es obra de Dios, pudiera introducirse en nuestro pensamiento una forma sutil de hipercalvinismo. Podemos empezar a pensar para nosotros mismos, o encontrarnos diciendo a otros, cosas como: «Realmente no importa lo que hagamos porque, al final, todo es obra de Dios». Curiosamente, en la misma carta en la que admitió que «Dios ha dado el crecimiento», Pablo declaró: «He trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí» (1 Co 15:10). En Proverbios, Salomón observó sabiamente: «La mano de los diligentes gobernará» (Pr 12:24). Un autor resume de forma útil nuestra responsabilidad de ser diligentes en nuestras labores espirituales cuando dice: «Puedes hacer el ministerio con la ayuda de Dios, así que da todo lo que tienes. No puedes hacer el ministerio sin la ayuda de Dios, así que ten paz». Esto es cierto en todas las esferas en las que el creyente trata de ser fiel a Dios. La diligencia en llevar a cabo fielmente aquellas cosas a las que Dios nos ha llamado conducirá, en última instancia, a dar frutos.

La destreza es otro aspecto vital de la fidelidad que da frutos. Hay muchas cosas que nunca haré porque Dios no me ha dado los dones ni la vocación para hacerlas. Nunca practicaré un deporte profesional ni seré concertista de piano. Nunca seré físico nuclear ni cardiólogo. Estoy completamente satisfecho con el hecho de que no he sido dotado para ello. Del mismo modo, Dios no llama a todos los creyentes al ministerio del evangelio a tiempo completo. Considera el encargo del apóstol a los creyentes de Roma:

Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe; si el de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que da, con liberalidad; el que dirige, con diligencia; el que muestra misericordia, con alegría (Rom 12:6-8).

También debemos darnos cuenta de que el dar frutos no depende de las circunstancias ni de la posición. Podemos convencernos equivocadamente a nosotros mismos de que cuanto más grande sea la plataforma, más fruto se obtendrá. Podemos caer en la trampa de pensar en el fruto espiritual en términos mundanos, y actuar como si los individuos que tienen un talento natural, que son ricos o que tienen influencias fueran los que tengan más probabilidades de dar frutos. Sin embargo, el apóstol Pablo dio este recordatorio tan necesario a la iglesia de Corinto:

No hubo muchos sabios conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que es; para que nadie se jacte delante de Dios (1 Co 1:26-29).

Considera el fruto que el apóstol vio en su propio ministerio mientras estaba encarcelado. El Señor utilizó a Pablo, no para la conversión del César, sino para la conversión de algunos de los guardias de la prisión del César. Además, Pablo le dijo a Filemón que Onésimo, su siervo fugitivo, «en otro tiempo te era inútil, pero ahora nos es útil a ti y a mí» (Flm 1:11; Col 4:9). Este es un excelente ejemplo del tipo de individuos improbables e inesperados a los que Dios pone a dar frutos.

Además, también debemos recordar que el dar frutos se produce en diferentes momentos y estaciones. No podemos saber cuándo aparecerá un fruto espiritual. Se nos dice que los santos del gran salón de la fe tuvieron diferentes resultados en sus fieles vidas y labores (Heb 11). Algunos triunfaron sometiendo reinos, obrando la justicia, obteniendo promesas, cerrando la boca de los leones, apagando la violencia del fuego, escapando del filo de la espada, etc. Otros sufrieron siendo torturados, no aceptando la liberación, soportando burlas y azotes, siendo encadenados y encarcelados, siendo apedreados, siendo aserrados en dos, vagando por desiertos y montañas y en cuevas y guaridas. Sin embargo, al final, todos ellos recibieron en gloria el fruto supremo de sus labores. El Cristo exaltado da a cada uno su corona de vencedor. En la resurrección, experimentarán el fruto pleno de sus vidas y obras, junto con todos los santos.

En última instancia, la muerte y resurrección de Jesús es el fundamento de nuestra fidelidad y fecundidad. «Vuestro trabajo en el Señor», explicó Pablo, «no es en vano», porque Cristo ha resucitado de entre los muertos (considera 1 Co 15:58 a la luz del contexto más amplio del capítulo). La muerte y la resurrección de Jesús han asegurado el fruto espiritual en la vida de Su pueblo. En última instancia, todos nuestros frutos proceden de nuestra unión con Jesucristo, la vid que da vida y fruto (Jn 15:1-11, 16). Cristo está comprometido a hacernos fructíferos en nuestras vidas y labores para que Dios obtenga la gloria por la obra que ha realizado en Su pueblo. Si procuramos ser firmes e inamovibles en todo aquello a lo que el Señor nos llama en Su Palabra, podemos estar seguros de que «[nuestro] trabajo en el Señor no es en vano».

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Nicholas T. Batzig
El Rev. Nicholas T. Batzig es editor asociado de Ligonier Ministries. Escribe en su blog Feeding on Christ.

Seguir a Jesús

Miércoles 28 Septiembre
Andando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron.
Marcos 1:16-18
Seguir a Jesús
En los evangelios, a menudo hallamos esta invitación de Jesús: “Sígueme”, o: “Venid en pos de mí”. Jesús nunca llama a servirle, sino a seguirle. Hoy Jesús invita a todos sus redimidos por su obra en la cruz, a todos aquellos por quienes dio su vida, a seguirle. Jesús escogió a sus discípulos, en primer lugar, para “estar con él”. Y “estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (Marcos 3:14-15).

Cuando Jesús llamó a Simón y a Andrés, quienes estaban pescando, les dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres”. El Señor quería, pues, compañeros para trabajar con él en su obra de gracia. Él los llamó, a pesar de su debilidad, y les proveyó todos los recursos necesarios. Él forma al que está dispuesto a acompañarlo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Sus discípulos, enseñados por él, adquirieron sus costumbres, y la gente los reconocía por haber “estado con Jesús” (Hechos 4:13).

Para nosotros esto significa aprender a conocer a Jesús leyendo su Palabra. Y si vivimos cerca de él, nos pareceremos más a él. El Señor nos quiere totalmente entregados a él y nos dice: “Sígueme”. Pero a menudo respondemos: “Déjame que primero vaya…” (Lucas 9:59). Quizá debamos dejar algunas cosas a las cuales estamos apegados, algunas costumbres… Sigamos el ejemplo de Pedro y Juan: “Dejando luego sus redes, le siguieron”.

Lamentaciones 4 – Filipenses 3 – Salmo 107:33-43 – Proverbios 24:8-9

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