7 MAYO

Números 15 | Salmo 51 | Isaías 5 | Hebreos 12
La culpa. ¡Qué carga más horrorosa!
Hay gente que se carga con un peso tremendo de culpa subjetiva – es decir, de culpa sentida – cuando en realidad no se trata de ninguna culpa real. Es mucho peor la condición de aquellos que llevan una carga enorme de culpa objetiva – es decir, son realmente culpables de un pecado odioso a ojos del Dios viviente – y están tan endurecidos que no se dan cuenta de ello.
El texto que encabeza e introduce el Salmo 51 revela que cuando David lo escribe reconoce conscientemente, una carga tanto de culpa subjetiva como objetiva. Objetivamente ha cometido adulterio con Betsabé y se las ha arreglado para que Urías, su marido, muera; subjetivamente, la parábola narrada por Natán (2 Samuel 12; ver la meditación para setiembre 16) ha taladrado la conciencia de David, haciendo que se dé cuenta de la enormidad de su pecado, de modo que escribe desde su vergüenza.
(1) David confiesa su pecado y suplica la misericordia de Dios (51:1–2). No se percibe eco alguno del reclamo de la vindicación que encontramos en algunos de los salmos anteriores. Cuando somos culpables y sabemos que lo somos, no hay otro camino posible, y sólo este camino nos lleva allí donde debemos estar.
(2) David reconoce francamente que en primer lugar a quien ha ofendido es a Dios mismo (51:4), no a Urías, ni a Betsabé, ni al niño concebido, ni siquiera al pueblo de la alianza que llevan parte del castigo. Dios establece el listón. Cuando lo transgredimos estamos desafiando a Dios. Además, David sabe que ocupa el trono por el ejercicio de la pura gracia de Dios, quien lo escogió. Traicionar el pacto, desde una posición de la confianza otorgada por Dios mismo es doblemente deplorable.
(3) David es suficientemente honesto como para reconocer que esta letanía de pecados, por horribles que sean de por sí, no se puede mirar aisladamente. Es una manifestación de lo que hay en el corazón, de la naturaleza que heredamos de nuestros padres. No hay remedio posible que nos limpie interiormente, si no se nos concede un corazón puro y un espíritu de rectitud (51:5–6, 10).
(4) Para David no se trata de un proceso meramente cerebral o fríamente teológico. La culpa objetiva, y el reconocimiento subjetivo de la misma, se combinan para producir en él una profunda opresión de espíritu: sus huesos están quebrantados (51:8), no se puede librar del terrible peso omnipresente de su propio pecado (51:3), y el gozo de su salvación se ha desvanecido (51:12). La honestidad transparente y la pasión de la oración de David revelan que no tiene ninguna intención de refugiarse en una ligera limpieza o un ritual formalista.
(5) David reconoce el valor testimonial de ser perdonado, y usa esto como argumento ante Dios para que el perdón se le conceda (51:12–15). Implícitamente esto es ni más sin menos que una apelación a la gloria de Dios.
(6) Aunque está inmerso en el sistema sacrificial del sistema de la alianza de Moisés, sin embargo David adopta unos principios más profundos que estos. Los sacrificios prescritos no significan nada sin el sacrificio de un espíritu quebrantado, un “corazón quebrantado y arrepentido” (51:16–19).
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 127). Barcelona: Publicaciones Andamio.