10 – ¡Gozáos y alegráos!

Iglesia Evangélica de la Gracia

Serie: Verdadera Felicidad

10 – ¡Gozaos y alegraos!

David Barceló

David Barceló

Westminster en California (MA) y Westminster en Filadelfia (DMin)

David es licenciado en Psicología y graduado de los seminarios Westminster en California (MA) y Westminster en Filadelfia (DMin). Es miembro de la NANC y graduado en Consejería Bíblica por IBCD. David ha estado sirviendo en la Iglesia Evangélica de la Gracia, desde sus inicios en mayo de 2005, siendo ordenado al ministerio pastoral en la IEG en junio de 2008.

¿Es el movimiento evangélico realmente evangélico?

Palabra de Vida Almería

Will Graham

John MacArthur: ¿Es el movimiento evangélico realmente evangélico?

¿Qué etiqueta denominacional describiría mejor las creencias religiosas de la siguiente persona?

Dice ser un cristiano comprometido, nacido de nuevo, pero no está seguro de que Jesús sea verdaderamente Dios encarnado. No está convencido de que Dios tenga conocimiento infalible del futuro (y mucho menos control soberano sobre él). No cree que la Biblia es verdad sin ninguna mezcla de error. No cree lo que la Biblia dice sobre cómo fue creado el universo. No cree que la gente deba reconocer a Cristo como Señor y Salvador –o incluso saber algo sobre Él– para tener el favor de Dios. No cree que Satanás es literalmente real. No cree que Dios está lleno de ira contra el pecado. Y, por supuesto, no cree en el castigo eterno. De hecho, no se preocupa particularmente por palabras como “pecado, sustitución, arrepentimiento, expiación, o propiciación”. Desestima ese tipo de terminología como jerga religiosa que falla en comunicar algo a la gente normal. Pero en realidad, lo que más desprecia acerca de esas palabras es la subyacente doctrina de sustitución vicaria, la cual tampoco cree. Está convencido de que Dios perdonará sin demandar ningún pago por la culpabilidad.

Además, mientras no tiene claro que Jesús sea “perfecto”, esta persona cree que la naturaleza humana es básicamente buena. Cree que Dios acepta la adoración de todas las religiones. Cree que los actos benévolos pueden reparar nuestros fallos morales. Cree que la ciencia ha refutado partes de la Biblia. Al mismo tiempo, sin embargo, cree que la biología no determina el género de una persona; que es determinado solamente por cómo la persona se siente.

También cree que está mal considerar que la orientación sexual de alguien sea pecaminosa. De hecho, aunque no está dispuesto a llamar “pecado” o “malo” a ningún acto personal inmoral, cree –con todo su corazón– que la gente de ascendencia europea ha heredado culpa colectiva porque sus ancestros esclavizaron u oprimieron a otros grupos étnicos. No considera a Adán como una persona histórica o al diluvio del Génesis como verdadero, así que ve a la humanidad como un surtido de razas rivales. También cree que cada raza es o bien privilegiada u oprimida, y el color de la piel es lo que determina la diferencia. Continuará contándote que muchos otros factores, incluyendo género, orientación sexual, discapacidad, peso corporal, y cosmovisión pueden marginalizar más a un individuo ya oprimido (o al revés, amplificar el empoderamiento de una persona ya privilegiada). Cree que la justicia demanda nivelar toda diferencia socio-económica, y que el fin supremo de la religión es perseguir esa meta.

En otras palabras, cree totalmente en la Teoría de Crítica Racial e Interseccionalidad. Es, por tanto, activista progresista (“woke”), culturalmente entendido, políticamente liberal y, en su propia valoración, profundamente espiritual.

¿Cómo clasificarías una cosmovisión así?

LA EROSIÓN DEL EVANGÉLICO

Se llama a sí mismo “evangélico”. Y las voces líderes del actual movimiento evangélico están contentos de darle la bienvenida a sus filas sin objeción alguna a su sistema de creencias, incluso a pesar de que cada una de sus fuertes opiniones sostenidas es una negación directa de uno de los más vitales puntos de la convicción evangélica histórica.

El perfil que acabo de describir no es, de ninguna manera, inusual. Recientes estudios revelan que un amplio porcentaje de gente que se identifica a sí misma como “evangélica” ni siquiera entiende los principios más básicos de la verdad del evangelio. En una reciente estadística de autollamados evangélicos, un 52% dijo que rechazaba el concepto de verdad absoluta; un 61% no lee la Biblia a diario; un 75% cree que la gente es esencialmente buena; un 48% cree que la salvación puede ganarse mediante buenas obras; un 44% cree que la Biblia no condena el aborto; un 43% cree que Jesús pudo haber pecado; un 78% cree que Jesús es el primer ser creado por Dios; un 46% cree que el Espíritu Santo es una fuerza en lugar de una Persona; un 40% cree que mentir es moralmente aceptable en determinadas circunstancias; un 34% acepta el matrimonio del mismo sexo como consistente con la enseñanza bíblica; un 26% rechaza la Escritura como Palabra de Dios; y un 50% dice que asistir a la iglesia no es necesario.

La mayoría de esas perspectivas son categóricamente incompatibles con la fe salvífica. En otras palabras, muchos que se identifican a sí mismos como evangélicos no son creyentes en absoluto.

No importa. Los medios los consideran evangélicos. Iglesias evangélicas les conceden la membresía. En algunos casos, publicaciones evangélicas promueven sus escritos, y las conferencias evangélicas los presentan como conferencistas principales.

En consecuencia, “evangélico” ha venido a significar de todo y cualquier cosa. Y esto es por lo que, como es acostumbrado hoy en día, la Palabra raramente es importante.

La raíz de la expresión es el término griego para “evangelio” –euangelion. Esa palabra y otras relativas se usan unas 130 veces en el Nuevo Testamento, reflejando el compromiso apostólico a la centralidad del mensaje del evangelio y la importancia de comprenderlo y predicarlo correctamente. Los “Evangélicos” son la gente del evangelio. El término está cargado con profundo significado bíblico y teológico, y el pueblo de Dios no debe esperar pasivamente mientras éste es vaciado de todo su significado implícito. Tristemente, sin embargo, lo que la mayoría de la gente piensa hoy del “evangelicalismo” sostiene poco parecido a la rica herencia del evangelicalismo histórico.

¿Cómo ha podido pasar esto? Sólo mediante un catastrófico fracaso de liderazgo.

Las instrucciones bíblicas para líderes de iglesia no pueden ser más claras: “Predica la palabra … a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta” (2 Tim. 4:2). Esa es la tarea, incluso cuando gente con comezón de oír demanda ser afirmada, distraída, apaciguada, o entretenida en varias maneras. Pablo dice a Timoteo que predique la Palabra de Dios “con toda paciencia y doctrina” –es decir, que él debía continuar fielmente enseñando doctrina sana, bíblica, incluso cuando la gente pareciera incapaz de soportarla porque sus oídos tuvieran ganas de algo diferente. El apóstol dice a otro pupilo, Tito, “esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie” (Tito 2:15).

El estilo de liderazgo favorito en el movimiento evangélico de hoy es precisamente lo opuesto. La mayoría de predicadores se esfuerzan para no usar un tono de autoridad, y se esmeran por ser tan disimulados y poco definidos como sea posible cuando se refieren a la Escritura. Ellos anhelan la popularidad, y saben que a la audiencia posmoderna no le gustan las declaraciones rotundas de verdad, doctrina precisa, o convicciones decididas. La gente sin iglesia hoy no quiere oír, especialmente, a un predicador que seriamente sostiene la exclusividad de Cristo. Ellos quieren que su religión sea tan carente de ataduras como el aire libre, tan relajante como una canción de cuna, y tan variable como la incesante corriente de encuestas de opinión pública. También quieren que sea superflua, no desafiante, y de moda. Los líderes evangélicos están voluntariamente obligados.

Demasiados de los que no están cualificados para servir como diáconos o ancianos en la iglesia por cualquier estándar bíblico, a pesar de ello, mantienen posiciones de liderazgo e influencia en el movimiento evangélico. Eso es evidente desde cada oleada tras oleada de escándalos morales que han sacudido al movimiento por los últimos cuarenta años. También se refleja en la llamativa superficialidad que es sello distintivo de la mayoría de la religión televisada. El testimonio de la verdadera iglesia está siendo ahogado por las voces de gente aparentemente evangélica, que se predica a sí misma en lugar de a Cristo Jesús como Señor.

Mientras tanto, el evangelio está siendo desatendido y, en algunos casos, radicalmente modificado, incluso por hombres y movimientos que no hace tanto tiempo decían creer que el evangelio era la única base posible para la unidad cristiana. Estos son líderes que describen sus ministerios como “centrados en el evangelio”. La palabra “Evangelio” es integrada en los nombres de sus organizaciones. Pero ellos están dejando a un lado la ofensa del evangelio en favor de un tema que es tendencia en el mundo secular: “activismo progresista” (“wokeness”). De acuerdo a ellos, una de las amenazas más serias de hoy para el bienestar espiritual de alguien es la injusticia sistémica –no solo en la sociedad secular, sino también en la iglesia. Los remedios ofrecidos para este percibido mal consisten en saturar con palabras alborotadoras de moda y dogmas de lo políticamente correcto– incluyendo doctrinas seculares con descaradas alusiones Neo-Marxistas.

No creo que sea exageración decir que el verdadero evangelio está en peligro de ser arrollado con el aluvión de grandilocuencia de algunos de los más conocidos pensadores e influyentes líderes en el movimiento evangélico.

Esta degradación no sucedió repentinamente. Por décadas, líderes clave en el movimiento evangélico, obsesionados con ganar el aplauso y la aprobación del mundo, han mostrado una preocupante disposición a ajustar sus posturas políticas y doctrinales a lo que fuera que prevaleciese en las opiniones del mundo académico, cultura popular, y (más recientemente) en las redes sociales. El pragmatismo orientado a que el no cristiano se sienta aceptado (“seeker sensitive”) ha dominado desde hace tiempo al movimiento evangélico y ha marginado la enseñanza bíblica en nombre de la relevancia cultural. Como resultado, el significado del término “evangélico” ha llegado a ser tan meticulosamente nublado que demanda una urgente necesidad de reclamación y redefinición.

La actual generación de evangélicos son los hijos malformados de tales influencias utilitarias. El movimiento está lleno de predicadores que usan la Escritura solo para abusar de ella. Manipulan a la gente con fábulas, homilías sentimentales, lecciones de auto-ayuda, y visiones moralistas. Tales métodos han seducido a multitudes analfabetas doctrinal y bíblicamente para pensar que son cristianos. No hay peor marca de pecado para matar almas.

¿DEBERÍAMOS ABANDONAR EL TÉRMINO “EVANGÉLICO”?

Antes de que fuera a la gloria, R.C. Sproul y yo tuvimos varias conversaciones sobre cómo la acomodación y corrupción en la iglesia visible habían arruinado términos teológicos vitales a través de nublar sus definiciones. Por ejemplo, la palabra “fundamentalista” una vez significó alguien que estaba comprometido con la defensa de las doctrinas cardinales del Cristianismo. Pero demasiados en el Movimiento Fundamentalista perdieron de vista las doctrinas esenciales y, en su lugar, llegaron a obsesionarse con preferencias insignificantes. Como resultado, el Movimiento Fundamentalista se corrompió por legalismo y nominalismo. Hoy, “fundamentalista” es un término de burla.

Similarmente, el noble término “Reformado” ha sido elegido desde generaciones por incontables iglesias y denominaciones que trazan su linaje denominacional desde el comienzo del protestantismo, pero que hace tiempo han abandonado cualquier compromiso a los principios bíblicos que impulsaron la Reforma. El hecho de que una iglesia tenga la palabra “Reformada” en su nombre, no es garantía de que el mensaje que predica tendrá algo en común con aquello por lo que los Reformadores magisteriales estaban dispuestos a morir.

El término “evangélico” está sufriendo un destino similar. El movimiento que viste esa etiqueta ha llegado a ser tan teológicamente diverso que contradice su propio nombre. Hoy, el barrizal evangélico está repleto de charlatanes, herejes, socialistas, marxistas, y estafadores. No hay nada verdadera y bíblicamente “evangélico” en ello.

¿Pero cual es la respuesta? ¿Deberíamos abandonar el término evangélico en favor de un nombre más preciso? Aquellos que desde hace tiempo han lamentado la degeneración del Movimiento Evangélico han tenido dificultades para proponer un mejor nombre. R.C. Sproul una vez sugirió el término “imputacionistas”, en honor a uno de los artículos principales de la verdad del evangelio: que el pecado de todos los creyentes fue imputado a Cristo y su rectitud es imputada a ellos. Pero eso es probablemente un término demasiado oscuro para reemplazar “evangélico” –sin mencionar el hecho de que la gente que desconoce la terminología doctrinal pudiera pensar que tiene algo que ver con “amputación”.

¿Entonces cuál es mi etiqueta preferida? ¿Con qué grupo me identifico? Yo deseo que pudiéramos simplemente reclamar la palabra “cristiano”. No sé si puedes identificarte con Cristo más cercanamente que usando ese término. Los discípulos fueron llamados “cristianos” por primera vez en Antioquía en Hechos 11. Se nos llama a regocijarnos de llevar el nombre “cristiano” (1 Pe. 4:16). Pero esa palabra, igualmente, ha sido tan contaminada que apenas tiene un significado genérico. Podría ser resuelto con “cristiano bíblico”, pero eso parece redundante.

Acepto completamente el compromiso clásico al evangelio del evangelicalismo, pero el movimiento que también ha elegido el nombre “evangélico” claramente no. Todo ataque a la Escritura –tanto abierto como encubierto, descarado o sutil– ha producido un tipo de tibieza “evangélica” laodicea, evocando el lenguaje de Apocalipsis 3:15-22, donde nuestro Señor amenaza con vomitar esa iglesia de su boca.

No puedo apoyar la jerga popular o las causas favoritas con las que los evangélicos de moda hoy están tan embelesados: racismo sistémico, privilegio blanco, culpa blanca, teoría racial crítica, interseccionalidad, socialismo, neo-marxismo, reparaciones, atracción del mismo sexo, aborto, homosexualidad, trasgenerismo, y evolución. No tengo aprecio por la red de organizaciones evangélicas populares (“Big Eva”), o la cultura de celebridad que honra la moda más que la fidelidad, y estima a las grandes multitudes por encima de la enseñanza bíblica.

MI CONFESIÓN DE FE

¿Entonces cuál es mi confesión de fe?

Estoy obligado por la Escritura y la razón a declarar que Jesús es Señor, en el sentido pleno del término, y soy su esclavo, también en el sentido pleno del término. Le amo. Me arrodillo ante Él como Dios el Hijo en toda la plenitud de su deidad y con fe en toda la plenitud de su obra. Mi esclavitud a él brota de un corazón de amor que me conduce a obedecer su Palabra con satisfacción. Esto es un reflejo perfecto de su mente infinita y santa naturaleza. ¿Qué Cristo amo? ¿Qué Cristo predico? Predicamos a Cristo, quien es el eterno Hijo, uno en naturaleza con el eterno Padre, y uno con el eterno Espíritu –el Dios trino. Él es el Creador y Dador de vida, así como quien sostiene el universo, y todo lo que vive en él. Él es el Hijo de Dios e Hijo del Hombre, nacido de una virgen –completamente divino y completamente humano. Él es Aquel cuya vida en la tierra satisfizo perfectamente a Dios, y cuya rectitud es dada a todo los que por gracia a través de la fe llegan a ser uno con Él. Él es el único sacrificio aceptable por el pecado que satisface a Dios, y cuya muerte bajo el juicio divino pagó completamente el castigo por los pecados de su pueblo, proveyendo para ellos perdón y vida eterna. Él vive, habiendo sido resucitado de los muertos por el Padre, validando su obra de sustitución expiatoria, declarándole justo públicamente, y proveyendo resurrección para la santificación y glorificación de los elegidos, para llevarlos seguros a su presencia celestial. Él está ante el trono del Padre intercediendo por todos los creyentes. Yo me acerco a su perfecta, pura, inspirada, inerrante, y verdadera Palabra con objetiva, racional, veraz, autoritaria, incompatible, íntegra, e incondicional fe.

Por tanto, cuando busco un término para describir esta confesión de fe, me doy cuenta de que esto es históricamente lo que fue el significado del término “evangelicalismo”. Esta es la fe que ha sido una vez dada a los santos mediante la inerrante Escritura –el verdadero evangelio de la soberana gracia de Dios derramada sobre pecadores a través de la fe sólo en Cristo. Esto es doctrina evangélica. Aquellos que se han vuelto de estas verdades hacia sustitutos baratos de inmoralidad mundana, políticas socialistas, o diseñadores de doctrinas personalizadas que rehacen una versión de Dios a la imagen del hombre son los que han abandonado el evangelio. Como quiera que se llamen a sí mismos, ellos no son evangélicos. Aquellos de nosotros que nos aferramos a la genuina doctrina evangélica –a los fundamentos de fe en el único evangelio que salva– debemos reclamar nuestro derecho sobre este fundamento doctrinal, y debemos resistir a aquellos que, mientras comprometen y corrompen el evangelio, reclamen el nombre “evangélico”.

El registro bíblico e histórico revela que la apostasía es común, pero el Señor siempre preserva su verdad a través del testimonio de un remanente fiel. Mi deseo es ser parte solamente de ese remanente firme, “estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co. 15:58).

WILL GRAHAM

Casado con Ágota y padre de dos hijas, Will Graham (1985) sirve como pastor evangélico, profesor y blogger en la cuidad española de Almería (ubicada en el extremo sureste de la península).

Escribe semanalmente en sus blogs en Protestante Digital Evangelical Focus y colabora con Unión BíblicaCoalición por el Evangelio Pasión por el Evangelio.

¡Bienvenidos a su página oficial!

https://pastorwillgraham.com/

Soli Deo gloria.

¿Qué es el don espiritual de liderazgo?

Got Questions

¿Qué es el don espiritual de liderazgo?

La Biblia analiza las formas en que la Iglesia realiza labores, desarrolla la congregación local, atiende las necesidades de la comunidad, y ayuda a establecer una comunidad testigo. La Biblia describe estas formas como dones espirituales, de los cuales uno es el don de liderazgo. El don espiritual de liderazgo en la iglesia local aparece en dos pasajes, Romanos 12:8 y 1 Corintios 12:28. La palabra griega traducida para «regir» o «gobernar» en estos versículos, designa a uno que se establece sobre los demás o quien preside, gobierna o quien atiende un asunto con diligencia y cuidado. En 1 Tesalonicenses 5:12 la palabra es usada en relación a los ministros en general: » Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor». Aquí la palabra se traduce «presidir».

Todas las cosas surgen y caen con el liderazgo. Entre más hábil y eficaz sea el liderazgo, la organización va a funcionar mucho mejor y aumenta mucho más el potencial de crecimiento. En Romanos 12:8, la palabra traducida para «preside”, indica cuidado y diligencia con referencia a la iglesia local. El que preside está para atender con constante dedicación su trabajo, que consiste en velar por el rebaño y estar dispuesto a sacrificar su comodidad personal para cuidar ovejas necesitadas.

Hay varias características que identifican a aquellos con el don espiritual de liderazgo. En primer lugar, ellos reconocen que su posición es por el nombramiento del Señor y están bajo la dirección de Él. Entienden que nos son gobernantes absolutos, sino que ellos mismos están sometidos a Aquel que está sobre todos, el Señor Jesús, quien es la cabeza de la iglesia. Reconociendo su lugar en la jerarquía de la administración del cuerpo de Cristo, impide que el talentoso líder caiga en el orgullo o a una especie de derecho. El verdadero líder cristiano talentoso, reconoce que él no es sino un esclavo de Cristo y un siervo de aquellos que dirige. El apóstol Pablo reconoció esta posición, refiriéndose a sí mismo como un «siervo de Cristo Jesús» (Romanos 1:1). Al igual que Pablo, el talentoso líder reconoce que Dios lo ha llamado a su cargo; él no se ha llamado a sí mismo (1 Corintios 1:1). Siguiendo el ejemplo de Jesús, el talentoso líder también vive para servir a aquellos a quienes él dirige, y no para ser servido o señorear sobre ellos (Mateo 20:25-28).

Santiago, el medio hermano del Señor Jesús, tenía el don de liderazgo ya que dirigió la iglesia en Jerusalén. Él también se refirió a sí mismo como «un siervo de Dios y del Señor Jesucristo» (Santiago 1:1). Santiago mostró otra cualidad del liderazgo espiritual, la habilidad para influir a otros a pensar acertada, bíblica, y piadosamente en todos los asuntos. En el concilio de Jerusalén, Santiago trató con el controvertido asunto de cómo relacionarse con los gentiles que se acercaban por la fe a Jesús el Mesías. «Y cuando ellos callaron, Jacobo respondió diciendo: Varones hermanos, oídme. Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre» (Hechos 15:13-14). Con esa declaración de apertura, Santiago llevó a los delegados a pensar clara y bíblicamente, permitiéndoles llegar a una correcta decisión sobre este asunto (Hechos 15:22-29).

Como pastores del pueblo de Dios, los líderes talentosos gobiernan con diligencia y poseen la habilidad de discernir verdaderas necesidades espirituales de las necesidades «sentidas». Ellos llevan a otros a la madurez en la fe. El líder cristiano lleva a otros a crecer en su capacidad de discernir por sí mismos aquello que viene de Dios, frente a lo que es cultural o temporal. Siguiendo el ejemplo de Pablo, las palabras del líder de la iglesia no son «sabias y convincentes» desde el punto de vista de la sabiduría humana, sino que están llenas con el poder del Espíritu Santo, dirigiendo y animando a otros a descansar su fe en ese mismo poder (1 Corintios 2:4-6). El objetivo de un líder con el don, es proteger y guiar a aquellos que dirige «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13).

El don espiritual de liderazgo es dado por Dios a los hombres y mujeres, quienes a su vez ayudarán a que la iglesia crezca y florezca más allá de la generación actual. Dios no ha dado el don de liderazgo para que el hombre sea exaltado, sino para que Él sea glorificado cuando los creyentes usan los dones que Dios da para hacer Su voluntad.

Tronos y gloria

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: La historia de la Iglesia | Siglo II

Tronos y gloria

Por Greg Bailey

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo II

Los notables emperadores romanos del siglo II, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio, siguieron las tradiciones de sus predecesores imperiales, incluso aquella crueldad inquebrantable hacia los cristianos.

No obstante, sin saberlo, fueron parte de una tradición que precedió al Imperio romano. Marcharon d entro de una línea real que incluía al faraón de Egipto (Ex 9:16), a Nabucodonosor de Babilonia (Dn 2:37), a Ciro de Persia (Is 45:1,13), y, de hecho, a todos los monarcas desde de los albores del tiempo. Todos se sentaron en tronos que les otorgó el Dios Todopoderoso, Aquel que, según Daniel, «quita reyes y pone reyes» (Dn 2: 21b).

En Romanos 9, Pablo nos dice que tal soberana Soberanía es poderosamente intencionada. Citando Éxodo 9:16, declara el derecho de Dios de salvar o pasar por alto a quien Él quiera, para exaltar y humillar, para ordenar las vidas de Sus criaturas con el fin de lograr Sus propósitos.  «Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para demostrar mi poder en ti, y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra» (Rom 9:17).

Hasta donde sabemos, Dios nunca le dijo a Trajano, a Adriano, a Antonino o a Marco por qué los eligió para empuñar el cetro sobre el mayor imperio del mundo antiguo. Pero de lo que no puede haber ninguna duda es que, por ellos haber estado sentados en el trono mientras la Iglesia de Cristo florecía, el nombre de Dios fue proclamado. La crueldad de ellos hizo esto.

Las verdades de la Palabra de Dios no cambian.

Leamos las palabras de Ignacio de Antioquía, quien escribió a la iglesia de Roma mientras viajaba a la capital imperial para ser martirizado: «Fuego y cruz, manadas de fieras, quebrantamientos de huesos, descoyuntamiento de miembros, trituramiento del cuerpo, atroces torturas del diablo, ¡vengan sobre mí con tal de alcanzar a Jesucristo!».

O consideremos el testimonio de Policarpo, quien tranquilamente informó a quienes lo preparaban para la muerte que no había necesidad de clavarlo en la hoguera. Y luego oró: «Oh Padre, te bendigo, porque me has tenido por digno para recibir mi porción y ser contado entre Tus mártires».

Estos y muchos otros que encontraron la muerte bajo los llamados «emperadores buenos» del siglo II hicieron que el nombre de su Dios fuera exaltado. Como siempre, Dios usó a los que había puesto en los pináculos del poder para glorificarse a Sí mismo.

Nuestros hermanos del siglo II fueron «levantados» providencialmente en un tiempo difícil. En comparación, nuestra carga es ligera. Sin embargo, las verdades de la Palabra de Dios no cambian. Los presidentes y primeros ministros ejercen el poder por el decreto de Dios. Y estamos aquí porque Él quiso que así fuera. Nuestro llamado no es diferente al de Ignacio, Policarpo y tantos otros santos del siglo II: vivir de tal manera que Dios sea exaltado. Que Su nombre sea proclamado en nuestro tiempo.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Greg Bailey
Greg Bailey

Greg Bailey es director editorial de la división de libros de Crossway en Wheaton, Illinois.

Predicarnos a nosotros mismos

Soldados de Jesucristo

Julio 22/2021

Solid Joys en Español

Predicarnos a nosotros mismos

John Piper

John Piper

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La emboscada

Jueves 22 Julio

La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.Hebreos 4:12

La emboscada

Hace algunos años, en la India, un cristiano fue atacado por una banda fuertemente armada que lo esperaba al borde del camino. Le robaron su dinero, su reloj y su anillo. Luego tomaron su automóvil, y antes de arrancar, uno de los bandidos tomó una Biblia que estaba en uno de los asientos, la mostró con desprecio y la blandió en señal de despedida. El cristiano le gritó: “¡Léala a menudo!”.

Seis años más tarde este cristiano, cuyo nombre y dirección estaban escritos en la primera página de su Biblia, recibió una carta totalmente inesperada:

“Lo amenacé con un revólver y le robé su dinero. Pero no pude olvidar la expresión de su rostro tan tranquilo y lleno de paz. Hoy quiero darle las gracias: Usted salvó la vida de mi mujer y la mía. La Biblia que encontré en su automóvil fue el medio de mi liberación. La leí y cambió mi vida. Dejé la banda de la cual formaba parte y volví a mi provincia. Hace poco supe que tres de mis antiguos compañeros fueron matados mientras atacaban otro vehículo en el mismo lugar donde lo atacamos a usted. Sin este mensaje vivo de la Biblia, yo hubiese corrido la misma suerte y estaría perdido por la eternidad”.

“¿No es mi palabra como fuego, dice el Señor, y como martillo que quebranta la piedra?” (Jeremías 23:29).

“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3).

1 Crónicas 4 – Lucas 8:26-56 – Salmo 86:14-17 – Proverbios 19:28-29© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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