La tierra que produce fruto

1 FEBRERO
Génesis 33 | Marcos 4 | Ester 9–10 | Romanos 4
La “parábola del sembrador” (Marcos 4:1–20) tal vez debería llamarse más bien “la parábola de los terrenos”, puesto que lo que proporciona a esta parábola su vida y su profundidad, es la diversidad de los terrenos en las cuales la semilla es sembrada.
Puesto que Jesús mismo ofrece una interpretación de su propia parábola, no tendría que haber ninguna duda en cuanto a lo que quiere enfatizar mediante ella. La semilla es la “palabra”, es decir, la palabra de Dios, la cual equivale aquí al Evangelio, las buenas noticias del reino. Igual que los agricultores del mundo antiguo sembraban su semilla esparciéndola manualmente, está palabra es esparcida con amplitud. Parte de la semilla cae en una tierra que por un motivo u otro es inhóspita: quizá en la dura tierra de un camino, o quizá las aves vienen y se la comen antes de que pueda echar raíces en los surcos, o tal vez cae en medio de espinas, las cuales ahogan los nuevos brotes, o tal vez se trata de un terreno muy superficial con roca caliza justo por debajo, de modo que no puede echar raíces profundas, capaces de absorber la humedad necesaria para su crecimiento. Las semejanzas con respecto a las personas que reciben la palabra son evidentes. Algunos son duros, y resisten cualquier presentación de la palabra; otros se dejan cautivar rápidamente por las distracciones que Satanás les pone delante; los hay que encuentran que las pruebas y la prosperidad ahogan toda preocupación por las cuestiones espirituales; otros reciben la palabra con gozo, y parecen ser los más prometedores de todos, pero nunca echan raíces suficientemente profundas para sostener la vida. Pero gracias a Dios por la tierra que produce fruto, incluso a veces fruto abundante.
Hasta aquí, está bastante claro. No obstante, hay dos aspectos de esta parábola que merecen nuestra reflexión.
El primero es que esta parábola, como muchas de las otras, modifica la perspectiva más extendida de que con la llegada del Mesías habría una ruptura repentina y decisiva: los culpables y los sucios serían condenados, y los justos y los limpios disfrutarían de un régimen transformador. Así sería el reino final. Pero Jesús dibuja un escenario del reino algo diferente. En la parábola de la semilla de mostaza (4:30–32), por ejemplo, el reino se parece a un árbol cuyos comienzos son pequeños, pero que crece y llega a ser formidable; aquí se trata de crecimiento, no de transformación brusca y apocalíptica. Así también en la parábola del sembrador; durante un periodo, la palabra será esparcida extensamente y la gente responderá de maneras diferentes, con resultados muy diversos en cuanto al fruto producido.
El segundo aspecto es que no todos los que muestran las primeras señales de vida de reino llegan a echar raíces y llevan fruto. Esta verdad merece reflexión y exige autoexamen.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 32). Barcelona: Publicaciones Andamio.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...