“Venid a mí…” (Mateo 11:28), dice Jesús, y no: “Venid a mi madre…”

15 FEBRERO
Génesis 48 | Lucas 1:39–80 | Job 14 | 1 Corintios 2
Hay ocasiones en las que la mala teología produce de forma reactiva otro tipo de mala teología. Ante los mitos y títulos de más que la Iglesia Católica ha añadido a María, los protestantes a veces han reaccionado con un silencio absoluto en torno a su carácter asombroso. Ninguno de los dos enfoques resiste un análisis de este pasaje (Lucas 1:39–80) y unos cuantos más.
La Iglesia Católica Romana ha añadido a María títulos como “Madre de Dios” y “Reina del Cielo”, ninguno de los cuales se encuentra en la Biblia. La idea de que María fuese concebida inmaculadamente (y por tanto nacida sin pecado) y que ella, igual que Enoc, hubiese sido transportada al cielo corporalmente, librándose así de la muerte, carecen igualmente de soporte alguno. Esta última doctrina se convirtió en dogma para los católicos romanos tan recientemente como el año 1950. Según recientes reportajes, el Papa actual se plantea la posibilidad de establecer, como dogma que debe confesarse, otro título que los católicos conservadores atribuyen a María: “Co-Redentora”.
Pero el testimonio de Lucas apunta en otra dirección. En el cántico de María (1:46–55), tradicionalmente llamado “El Magníficat” (del vocablo latín para “magnifica”: “Mi alma magnifica al Señor”), la madre de Jesús dice que su espíritu se regocija en “Dios mi Salvador” – lo cual da a entender que ella también necesitaba a un Salvador y parece extraño tratándose de alguien que fuera concebida inmaculadamente. De hecho, un repaso rápido de los evangelios es suficiente para darnos cuenta de que María no tenía ningún acceso especial a su célebre hijo, y que a veces no alcanzó a comprender la naturaleza de su misión (2:48–50), ni nunca ayudó a nadie a obtener ningún favor que no pudiera recibir directamente. El testimonio unánime de las Escrituras es que los necesitados deben acudir a Jesús: “Venid a mí…” (Mateo 11:28), dice Jesús, y no: “Venid a mi madre…”. Él es el verdadero Mediador entre Dios y los seres humanos.
No obstante, María es tremendamente admirable, un modelo de muchas virtudes (como también lo es José, por ejemplo, en Génesis 37–50). Ella acepta su papel extraordinario con sumisión y serenidad, teniendo en cuenta el impacto que debió de suponer en su reputación (1:34–38). Dos veces Elisabet le llama “bendita” (1:42–45), es decir, aprobada por Dios; el reconocimiento sobrenatural de la superioridad del hijo de María con respecto al hijo de Elisabet (1:41–45) era sin duda una de las cosas que María meditaba en su corazón (2:19). Pero nada de esto se le sube a la cabeza: ella misma reconoce que su estado de “bendita” no se basa en ninguna superioridad intrínseca, sino en el hecho de que Dios (el Todopoderoso) ha considerado su estado “humilde” y su decisión de hacer “grandes cosas” en ella (1:48–49). En el Magnificat, el acento recae, como deber recaer en nuestro caso también, en la fidelidad de Dios al efectuar la liberación que había prometido (1:50–55).
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 46). Barcelona: Publicaciones Andamio.
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