
Manantiales en el Desierto | Lettie B. Cowman
Mayo 2
«Jehová afirmó en los cielos su trono; y su reino domina sobre todos.» Salmo 103:19
Hace algún tiempo, al principio da la primavera, iba a salir a la puerta, cuando del alrededor de la esquina vino un soplo de aire del este, desafiador, cruel, fiero y seco, trayendo una nube de polvo delante de la puerta.
Al acabar de quitar el llavín de la puerta, dije con cierta impaciencia, «Por qué no» iba a decir, «cambiará este viento;» pero la palabra se me cortó, y no terminé la frase. A medida que caminaba, el incidente llegó a ser para mí una parábola. Entonces vino un ángel con una llave y dijo:
«Mi Maestro te envía Su amor y me ha pedido que te entregue esto.» «¿Qué es eso?» pregunté con cierta duda. «La llave de los vientos.» respondió el ángel, y desapareció.
Ahora sí que voy a ser feliz. Me apresuré hacia las alturas de donde los vientos procedían y permanecí entre las cavernas.
«Terminaré de la manera que sea con este dichoso viento del este, para que no nos moleste más,» alcé la voz; y llamando a aquel viento enemigo, cerré la puerta, y el ruido de sus ecos podía oírlo resonando en las oquedades. Entonces dí una vuelta a la llave con cierto aire de triunfo y dije: «Por fin hemos acabado de una vez con este viento.»
«¿Con qué lo sustituiré?» me pregunté, mirando a mi alrededor. «El viento del sur es muy agradable» y me acordé de los corderitos, de la juventud de todas partes, y de las flores que habían empezado a adornar los setos vivos. Pero al ir a poner la llave en la cerradura, noté que me quemaba la mano.
«¿Qué es lo que estoy haciendo?» grité «¿Quién puede saber el mal que voy a causar con mi acción? ¡Cómo puedo yo saber lo que los campos necesitan! Voy a causar miles de males con mi estúpido deseo.»
Aturdido y avergonzado, levanté mi ojos y rogué al Señor que volviese a enviar Su ángel por la llave, y prometí que jamás volvería a sentir deseo de tenerla.
Pero he aquí, que el Señor mismo estaba junto a mi lado. Extendió su mano para tomar la llave, y al dársela, vi que la colocó sobre las señales de las heridas grandes,
Sentí un profundo dolor, por haber murmurado contra algo que El hizo, y que lleva las señales sagradas de Su amor. Entonces El tomó la llave y la colgó en su cintura.
«¿Guardas la llave de los vientos,?» le pregunté.
«Sí, hijo mío,» me contestó con mucha ternura.
Lo miré nuevamente y ví colgadas todas las llaves de toda mi vida. El vió mi mirada de espanto, y me preguntó, «¿Ignorabas, hijo mío, que mi reino domina sobre todos?»
«¡Sobre todos Señor!,» contesté; entonces «No puedo obtener ninguna seguridad, murmurando.» Entonces, colocando Su mano sobre mí, me dijo con mucho cariño, «Hijo, tu únicaseguridad en todo, está en que ames, confíes y alabes.»
-Mark Guy Pearse.