
Una o dos personas que asistían a nuestra iglesia dejaron de hacerlo hace un tiempo. Ellos decían que yo había dejado de predicar el evangelio de Cristo por predicar un «evangelio de justicia social». Como pastor con unos treinta años en el ministerio, he podido comprobar la cantidad de alegatos que una persona puede elaborar como mecanismo de defensa para que su conciencia no la mortifique. La tendencia es que, si hay algo que no le gusta o con lo que no está de acuerdo, simplemente lo descarta con malos argumentos que no resisten el análisis.
Todo comenzó cuando empecé a enseñar a la iglesia sobre algunos problemas éticos de actualidad que estaban relacionados con el hambre, la corrupción política, la compasión, la sexualidad, la educación, entre otros. Sé que algunos pueden sentirse incómodos con estos temas. Sin embargo, por encima de la opinión de unos pocos, no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.
Debo reconocer que hay predicadores, sermones, libros e incluso iglesias que son más activistas sociales que embajadores de Cristo. Entienden que la mayor necesidad que tiene el ser humano se circunscribe a sus problemas materiales y al impacto que estos generan en la sociedad. Piensan como los pensadores de la Ilustración del siglo XVIII, que un ser humano educado y socialmente realizado es la esperanza de la humanidad. Sin embargo, todas esas expectativas quedaron pulverizadas con dos grandes guerras en la primera mitad del siglo XX, generadas por esos personajes ilustrados, lo que dejó un saldo de aproximadamente 60 millones de muertos.
Puedo entender que la falta de compasión caracterice el mundo de hoy, pero no a la iglesia de Cristo
En la antípoda de esta posición están los que ven el mundo actual desde una perspectiva que llamo «escatología fatalista». Han divorciado el evangelio de la compasión, el trabajo, el servicio al prójimo y la esperanza, porque Cristo viene y no hay nada que podamos hacer para arreglar este mundo. Padecen del «síndrome tesalónico» fundamentado en una mala concepción de los roles de la iglesia en estos últimos tiempos, lo que los ha llevado a ser indiferentes, espectadores sin alma ni sentimientos de los males que aquejan a nuestro mundo contemporáneo.
No puedes separar el evangelio de la compasión
Puedo entender que la falta de compasión caracterice el mundo de hoy, pero no a la iglesia de Cristo. No hay forma de que podamos separar la piedad y todas las virtudes que tienen que ver con restaurar el imago Dei en los seres humanos. Es urgente que vivamos el evangelio como Cristo nos lo modela, porque este apremio no solo lo encontramos en las Escrituras, sino también en el mundo caído y sin Dios que lo pide a gritos. Una sociedad que clama por justicia y por misericordia; pide pan y tiene sed; tiene dolor y está de luto; está llorosa y perturbada y no hay que la consuele entre todos sus amantes porque necesita de Cristo y, por ende, recobrar su dignidad.
El periodista y escritor español Pedro Cuartango, en una publicación del diario ABC del 2018, hace una dramática descripción del sufrimiento, la maldad y el dolor instalados en nuestros días: «Lo vemos en la calle, en un hospital, en una pantalla, en la casa de un vecino. Está en todos los sitios y en ninguno. A veces, miramos para otro lado para no verlo, pero acaba por mostrarse cuando menos lo esperamos. Desgraciadamente, el mal no se puede erradicar con las armas ni los ejércitos… es algo esencialmente individual, es un proceso de corrupción del espíritu, una enfermedad del alma cuando se pierden los valores». El tormento y la angustia están en todas partes. No hacen acepción de personas. Viven en los palacetes y en los arrabales; se visten de frac y de harapos. Sufre el millonario y sufre el indigente por igual, con la diferencia de que el rico puede disimularlo, el pobre no.
La compasión nace en el corazón de Dios
La Biblia está repleta de acciones compasivas: desde una princesa egipcia que tuvo compasión de un niño hebreo dentro una canastilla a la deriva (Éx 2:6), hasta el clamor de un hombre devoto a sus amigos para que tuvieran compasión de él (Job 19:21). Dios dice por medio de uno de sus profetas que Él se inclina al perdón y le dice a Israel: «Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión» (Os 11:8). En el Nuevo Testamento, la palabra «compasión» aparece 25 veces; la mitad de estas se encuentran en los evangelios y siempre relacionadas con el ministerio de nuestro Señor Jesucristo. Con algunas variantes, la distribución es básicamente la siguiente: En Mateo, cinco veces (9:36; 14:14; 15:32; 18:37 y 20:34); en Marcos, tres veces (6:34; 8:2 y 9:22); y en Lucas, cuatro veces (1:78; 7:13; 10:33 y 15:20).
El tormento y la angustia están en todas partes. No hacen acepción de personas. Viven en los palacetes y en los arrabales; se visten de frac y de harapos
El vocablo empleado, por ejemplo, por Mateo («viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas») es especialmente fuerte. Deriva de la palabra «entrañas» y se refiere a aquellos sentimientos que se sienten vivamente y hasta nos conmueven físicamente. Se trata, pues, de una compasión entrañable que conmovía a Jesús hasta lo más profundo de su ser.[1]
Examinaremos de forma concisa tres pasajes que, de alguna manera u otra, representan el alcance de nuestro Señor y las grandes áreas de atención de la compasión cristiana hacia los seres humanos:
Compasión por la condición espiritual (Mt 9:35-38).
Compasión por la condición emocional (Lc 7:11-14).
Compasión por la condición material (Mt 15:32).
Estos tres pasajes nos muestran que Cristo combatía la maldad y las consecuencias del pecado con la predicación del evangelio, sin descuidar las condiciones puramente humanas del individuo. Su propósito no era erradicar la pobreza y las injusticias de su época (Mt 26:11), sino mostrar a sus discípulos y a nosotros la compasión y el servicio a los demás para que sea imitado (Mt 13:15).
No podemos pensar que, porque hay algunos que han hecho del evangelio una causa puramente social, debemos concluir que ayudar al menesteroso no es una opción que le haga justicia a las Escrituras. Mostrar compasión y ayudar al necesitado es algo que debemos procurar como resultado de nuestra fe y amor por Dios, que se muestra en amor por nuestro prójimo (Mt 22:36-40).
Compasión por la necesidad espiritual
«Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor» (Mateo 9:36).
El problema fundamental del ser humano es su necesidad de Dios. El vacío, la agonía, la amargura, el orgullo, la envidia, el rencor, el egoísmo y el estado de perdición del ser humano tienen su origen en la ausencia de Dios en los corazones. Por eso es que Cristo vino a este mundo. La Biblia enseña claramente:
«Jesús les respondió: “Vamos a otro lugar, a los pueblos vecinos, para que Yo predique también allí, porque para eso he venido”» (Marcos 1:38).
«Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10).
Mostrar compasión y ayudar al necesitado es algo que debemos procurar como resultado de nuestra fe y amor por Dios, que se muestra en amor por nuestro prójimo
La predicación del evangelio fue y es la prioridad operativa de Cristo —y, por lo tanto, de su iglesia— para alcanzar a personas para que vivan y cumplan con el propósito para el cual fueron creados: la adoración sublime y reverente de nuestro Dios.
Compasión por la necesidad emocional
«Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo: Joven, a ti te digo: ¡Levántate!» (Lucas 7:13-14).
Entre los momentos más conmovedores en la vida de nuestro Señor está su reacción ante el dominio tenebroso de la muerte. Él se cruza con una mujer que llora desconsolada por la muerte de su hijo. Solo un padre o una madre comprende lo que se quiere un hijo. El pasaje no menciona si tenía más hijos, pero independientemente de eso, ella llora por la pérdida. Una vez más, vemos a Jesús teniendo compasión. Sabiendo que va a resucitar al joven, tiene compasión. El dolor de esta madre por el cuerpo sin vida de su hijo es intenso. Cristo, que no es ajeno al dolor humano, se conmueve teniendo compasión de ella. Lo mismo frente a la tumba de Lázaro. Allí llora (aunque no con sollozos) sabiendo que iba a resucitar a su amigo (Jn 11:35).
Compasión por la necesidad material
«Entonces Jesús, llamando junto a sí a sus discípulos, les dijo: “Tengo compasión de la multitud, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos sin comer, no sea que desfallezcan en el camino”» (Mateo 15:32).
Aquí vemos a Jesús siendo compasivo por los hambrientos. «Tengo compasión porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer…». ¡Qué drama! No es que las personas tengan tres días sin comer, sino más bien que se les acabó el alimento. Se han quedado sin provisiones. La compasión de Cristo no tiene en cuenta las distintas clases de personas que hay en ese lugar. No todas se convirtieron en seguidores de Cristo, pero aún así, Él proveyó para todos como hizo con los diez leprosos (Lc 17:11-19).
La importancia que Jesús le da al tema de la compasión en sus acciones es evidente. Además, también resalta este asunto a través de sus enseñanzas, con parábolas muy memorables como la de los dos deudores (Mt 18:2), el buen samaritano (Lc 10:33) y el hijo pródigo (Lc 15:20). La congruencia entre sus enseñanzas y su carácter refleja por completo quién es Él. Él mostró mediante ejemplos al Dios del Antiguo Testamento que es presentado como un padre piadoso (Sal 103:13) y con gran compasión por otros. Jesús no pidió nada para Él mismo, ni en la agonía del huerto, ni tampoco ante los sufrimientos de la cruz. Él no manifestó autocompasión, sino que se entregó por completo a los demás.
Como Jesús
«Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión, hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito» (Filipenses 2:1-2).
Estas palabras del apóstol Pablo nos hablan de nuestro llamado a imitar a nuestro Señor. De igual forma, Pedro concluye en su epístola de manera magistral, diciendo: «En conclusión, sean todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos, y de espíritu humilde» (1 P 3:8). Al igual que Cristo, debemos predicar el evangelio, recordando que el evangelio sin compasión no es evangelio. Ser más como Cristo es ser más compasivos para gloria de Él y para bendición de todos los que vivimos en este lado de la eternidad.
Como escribió John Stott: «Si tuviéramos que resumir en una oración breve y sencilla en qué consiste la vida, el porqué Jesucristo vino a este mundo a vivir, morir y resucitar, y lo que Dios busca en este largo proceso histórico, sería difícil hallar una explicación más sucinta que ésta: Dios está haciendo a los seres humanos más humanos por medio de hacerles más como Cristo».[2]
[1] Barclay, W. The Gospel of Matthew, p. 116.
[2] Citado por Salvador Gómez Dickson en Citas Edificantes, p. 162.
Otto Sánchez es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Es pastor de la Iglesia Bautista Ozama (IBO) en Santo Domingo, República Dominicana. Es además director del Seminario Teológico Bautista Dominicano. Está casado con Susana Almánzar, y tienen dos hijas. Puedes encontrarlo en Twitter.