El Siervo Sufriente

5 FEBRERO
Génesis 38 | Marcos 8 | Job 4 | Romanos 8
Al ser preguntados, los discípulos de Jesús confiesan quién es él (Marcos 8:27–30). Cristo es la forma griega de Mesías, que tiene un trasfondo hebreo. Esta confesión desata un aluvión de nueva revelación por parte del Señor Jesús (8:31–38). Ahora enseña que el Hijo del Hombre “tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que a los tres días resucite” (8:31). Tal como señala Marcos, Jesús “Habló de esto con toda claridad” (8:32). Al parecer, con anterioridad había comentado este asunto de una manera más encubierta.
Viviendo como lo hacemos de este lado de la cruz, nos resulta fácil ser un tanto condescendientes con la reacción de Pedro y la reprensión del Maestro (8:32). El discípulo consideraba sencillamente que Jesús debía estar equivocado en esto. Después de todo, no se mata a los mesías: ellos ganan siempre. ¿Cómo podía ser que el Mesías ungido de Dios, que hacía milagros como Jesús, pudiera ser derrotado? Por supuesto, Pedro estaba en un error; era una gran equivocación. Y es que ni siquiera los discípulos habían llegado a entender aún que Jesús, el Mesías, era el Rey conquistador y, a la vez, el Siervo Sufriente.
Pero aún había más. Jesús no solo insistió en que él mismo iba a sufrir, morir y resucitar, sino que advirtió: “Si alguien quiere ser mi discípulo —les dijo—, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga” (8:34). Para un oyente del siglo I, este tipo de lenguaje sonaría desconcertante. “lleve su cruz” no significaba soportar un dolor de muelas, perder el trabajo o una discapacidad personal. La crucifixión se consideraba, universalmente, el tipo de ejecución romano de mayor barbarie, y apenas se mencionaba entre la gente educada. El criminal condenado “llevaba su cruz”, es decir, cargaba con el travesaño y lo llevaba hasta el lugar de la ejecución. Cuando a uno le tocaba llevar su cruz, no había esperanza para él. Solo le esperaba una muerte ignominiosa y espantosa.
A pesar de todo, este es el lenguaje utilizado por Jesús, porque lo que todos sus discípulos deben aprender es que ser un seguidor suyo implica una dolorosa renuncia al interés personal para buscar de todo corazón los intereses del Señor. El abrupto lenguaje utilizado no es una invitación al masoquismo espiritual, sino a la vida: la norma infalible del reino es que centrarse en uno mismo desemboca en muerte, mientras que “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio, la salvará” (8:35). Este compromiso sólo acarreará la pérdida de la vida física para unos cuantos; para todos nosotros, significa morir a uno mismo y ser discípulo de Jesús. Y esto incluye confesar a Jesús con alegría y negarse por principio a avergonzarse de él y de sus palabras, en esta generación adúltera y pecadora (8:38).
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 36). Barcelona: Publicaciones Andamio.