“Jerusalén celestial”

4 MAYO

Jerusalén celestial

Números 11 | Salmo 48 | Isaías 1 | Hebreos 9

Una de las maneras de las cuales Dios habla acerca del futuro es, justamente, hablando explícitamente del futuro. Hay pasajes en la Biblia donde Dios predice, con palabras, lo que sucederá: habla acerca del futuro. Pero también nos facilita imágenes, patrones, tipos y modelos. En estos casos, establece una institución, o un ritual, o un patrón relacional. Luego deja pistas, las cuales pronto se convierten en una cascada de pistas, que nos dan a entender que estas “pistas” no existen para ellas mismas, sino que están allá como anticipos de algo mejor. En estos casos, entonces, Dios habla del futuro mediante imágenes.

Los cristianos que leen mucho su Biblia reflexionan sobre las conexiones entre el reino Davídico y el de Jesús, entre el cordero de la Pascua y Jesús como el “Cordero de la Pascua”, entre Melquisedec y Jesús, entre el descanso del Sábado y el descanso que Jesús ofrece, entre el papel del sumo sacerdote y el papel sacerdotal de Jesús, entre el templo en el que entró el sacerdote del antiguo pacto y el “lugar santísimo” donde entró Jesús, y muchísimo más. Por supuesto que para aquellos que vivían bajo el antiguo pacto, la fidelidad al pacto entrañaba un compromiso firme con las instituciones y los rituales que Dios había establecido, aun cuando estas mismas instituciones y rituales anticipaban algo todavía mejor, cuando se mira desde una perspectiva canónica más amplia. Mediante estas imágenes, Dios hablaba del futuro. Cuando un creyente capta esta realidad, estas partes de la Biblia cobran vida nuevamente para él.

Uno de estos modelos es la propia ciudad de Jerusalén, a la que las Escrituras a menudo se refieren como Sión (la antigua fortaleza). Jerusalén estaba estrechamente ligados no sólo con el hecho de que a partir de David fue la ciudad capital (aun después de la división entre Israel y Judá, seguía siendo capital del reino sureño), sino también con el hecho que a partir de Salomón fue el lugar del templo, y por lo tanto el centro de la auto-revelación de Dios.

Por tanto para el salmista, “la ciudad de nuestro Dios, su santo monte” no es sólo “bella” sino que también es “la alegría de toda la tierra” (Salmo 48:1–2). No es solamente el centro del poder y de la seguridad (48:4–8), sino el lugar donde el pueblo santo de Dios medita en torno a su amor constante (48:9), el centro de la adoración (48:10). No obstante, el salmista mira más allá de la ciudad a Dios mismo; él es quien “la hará permanecer para siempre”, cuya “alabanza llega a los confines de la tierra”, “para siempre” (48:10, 14)

Aunque profundamente enraizados en la ciudad histórica de Jerusalén, los escritores de la nueva alianza miran hacia una “Jerusalén celestial” (Gálatas 4:26), “al monte Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios viviente” (Hebreos 12:22), “a la nueva Jerusalén” (Apocalipsis 21:2). Reflexionemos largo y tendido sobre estas conexiones.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 124). Barcelona: Publicaciones Andamio.


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