«Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible».

4 de mayo

«Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible».

1 Pedro 1:23

Pedro exhorta a los santos esparcidos, muy ardientemente, a que se amen unos a otros «entrañablemente de corazón puro» y extrae, muy sabiamente, su argumento para ello, no de la ley, ni de la Naturaleza, ni de la filosofía, sino de aquella elevada y divina naturaleza que Dios ha implantado en los suyos. Así como un sensato tutor de príncipes crea y alimenta en ellos un espíritu regio y una conducta decorosa, basando sus argumentos en la posición y la ascendencia de los tales, así también, considerando a los hijos de Dios como herederos de la gloria, príncipes de sangre real, descendientes del Rey de reyes, la más genuina y antigua aristocracia del mundo, Pedro les dice: «Procurad amaros unos a otros, a causa de vuestro noble origen, pues habéis nacido de simiente incorruptible; a causa de vuestro linaje, pues descendéis de Dios, el Creador de todas las cosas; y a causa de vuestro destino inmortal, puesto que nunca moriréis, aunque la gloria de la carne se marchite y su existencia acabe». Sería conveniente que, con espíritu humilde, reconociéramos la verdadera dignidad de nuestra naturaleza regenerada y viviéramos de acuerdo con ella. ¿Qué es un cristiano? Si lo comparas con un rey, tiene, además de la dignidad real, la santidad sacerdotal. La realeza del rey reside, frecuentemente, solo en su corona; pero la del cristiano está infusa en lo más íntimo de su naturaleza. Por su nuevo nacimiento, el cristiano se halla por encima de sus semejantes como el hombre por encima de las bestias que perecen. Sin duda, tiene que conducirse en todas sus relaciones como alguien que no es del montón, sino como un elegido de entre el mundo, distinguido por la gracia soberana, inscrito entre el «pueblo adquirido» y que, por tanto, no puede arrastrarse en el polvo como los demás, ni vivir según la manera de los ciudadanos del mundo. Que la dignidad de tu naturaleza y el esplendor de tu esperanza, oh creyente en Cristo, te constriña a adherirte a la santidad y a evitar aun la apariencia del mal.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 133). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.


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