“Puros de Corazón”

20 MAYO

“Puros de Corazón”

Números 29 | Salmos 73 | Isaías 21 | 2 Pedro 2

Hay pocos Salmos que hayan brindado mayor consuelo a personas perturbadas por la frecuente y flagrante prosperidad de los malévolos que el Salmo 73.

Asaf comienza su cántico con un par de líneas provocadoras: “En verdad, ¡cuán bueno es Dios con Israel, con los puros de corazón!” ¿Significa este paralelismo que el pueblo de Israel sean los “puros de corazón”? Difícilmente; esto no concordaría ni con la historia ni con el contenido de este mismo salmo. La segunda línea resulta ser entonces una limitación de la primera. ¿Deberíamos equiparar a los que no son puros de corazón con los “malos” que salen tan vívidamente retratados e este capítulo? Tal vez sí, pero en todo caso lo que llama la atención en particular es que las próximas líneas retratan no tanto el mal de los malos sino el pecado que había en el corazón de Asaf mismo. Su propio corazón era impuro mientras contemplaba “la prosperidad de los malos” (73:3). Les envidiaba. Por lo visto, estaba tan consumido por la envidia que corría el peligro de perder su equilibrio moral: “poco me faltó para que resbalara” (73:2).

Lo que más atraía a Asaf en cuanto a los malos era que tantos de ellos parecían reflejar el mismo apogeo de la serenidad, la buena salud, y la felicidad (73:4–12). Incluso su arrogancia tenía su atractivo: parecía colocarles por encima de los demás. Su prosperidad y su poder les otorgaban popularidad. En el peor de los casos, ignoran a Dios y, no obstante, parecen inmunes al miedo. Según parece, “sin afanarse, aumentan sus riquezas” (73:12).

Por tanto, tal vez no merece la pena buscar la rectitud: “En verdad, ¿de qué me sirve mantener mi corazón limpio y mis manos lavadas en la inocencia” (73:13). Asaf era incapaz de llevar su razonamiento hasta hacer una afirmación así; reconocía que hablar así sería traicionar a “tus hijos” (73:15) – aparentemente se trataba del pueblo de Dios para con el cual Asaf sentía una profunda lealtad y para quienes sentía también una gran carga de responsabilidad. Pero todas estas reflexiones le eran “opresivas” (73:16), hasta que se dio cuenta de tres grandes verdades.

En primer lugar, a largo plazo los malos acabarían siendo arrasados. Al entrar Asaf en el santuario, reflexionaba en “el destino final” (73:17–19, 27) de todos aquellos a quienes había comenzado a envidiar, y les dejó de envidiar.

En segundo lugar, Asaf mismo, junto con todos aquellos que conocen a Dios y andan en sumisión a sus leyes, poseen muchísimo más que los malos – tanto en esta vida como en la venidera. “Pero yo siempre estoy contigo,” proclama Asaf gozosamente, “pues tú me cogiste de la mano derecha. Me guías con tu consejo, y más tarde me acogerás en gloria” (73:22–24).

En tercer lugar, Asaf ya puede contemplar su propia amargura por lo que es en realidad: un pecado nefasto (73:21–22), y resuelve, en lugar de recrearse en ella, acercarse a Dios y publicar sus hazañas (73:28).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 140). Barcelona: Publicaciones Andamio.


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