“Tercer mundo”

21 MAYO

“Tercer mundo”

Números 30 | Salmo 74 | Isaías 22 | 2 Pedro 3

Hace algunos años pasé un tiempo en un país del llamado “tercer mundo”, muy conocido por su terrible miseria. Lo que más me llamó la atención de la cultura de dicho país sin embargo no fue la extrema pobreza, ni la brecha entre los muy prósperos y los muy pobres – había leído tanto acerca de estos temas que no encontré nada en este aspecto que me sorprendiese, y había presenciado semejantes tragedias humanas en otras partes – sino su corrupción omnipresente y endémica.

Aquí en Occidente no somos nadie para señalar con el dedo a otros países en lo que se refiere a la corrupción; sin duda tenemos listas de precios publicadas para muchos servicios públicos que hacen que los sobornos y las recompensas ilícitas sean más difíciles de institucionalizar; sin duda el legado cristiano en nuestra cultura sigue siendo suficientemente sólido como para que reconozcamos, al menos en teoría, que la honestidad es buena, que la palabra de un hombre o una mujer debe constituir un compromiso firme, que la avaricia está mal – aunque también es cierto que estos valores se ven más honrados cuando se han desvirtuado que como patrón para la vida real. No obstante, somos con diferencia la sociedad más litigiosa del mundo entero. Formamos a muchos más abogados que ingenieros (lo contrario de Japón). El acuerdo más sencillo debe estar envuelto en un montón de lenguaje jurídico que proteja a los contratantes. Esto se debe en gran parte al hecho de que muchos individuos y muchas empresas son incapaces de mantenerse fieles a lo prometido, y de hacer lo justo, y harán lo posible para sacar alguna ventaja a la otra parte si lo pueden conseguir con impunidad. Una mentira sólo es embarazosa si te pillan los dedos. Las promesas y los compromisos públicos se convierten en herramientas para conseguir lo deseado, más bien que compromisos reales con la verdad. Los votos matrimoniales se descartan por un capricho, o se disuelven en el calor de la codicia. Y por supuesto, si abandonamos a la ligera los votos matrimoniales, los compromisos comerciales y personales, se vuelve mucho más fácil abandonar el pacto con Dios.

Decir la verdad y guardar las promesas en cualquier área de la vida tiene consecuencias para todas las demás áreas; la infidelidad en un área frecuentemente se desborda hacia otras áreas. Por tanto, anidadas dentro del pacto mosaico encontramos las palabras: “El Señor ha ordenado que cuando un hombre haga un voto al Señor, o bajo juramento haga un compromiso, no deberá faltar a su palabra sino que cumplirá con todo lo prometido” (Números 30:1–2). El resto del capítulo reconoce que los votos en cuestión hechos por individuos a menudo no tendrán que ver únicamente con asuntos individuales; puede que sean compromisos matrimoniales o familiares. De modo que para el buen ordenamiento de una cultura, Dios mismo es quien afirma quien tiene derecho a ratificar o a descartar una promesa; este patrón tiene mucho que decir acerca del liderazgo y la responsabilidad en la familia. Pero la cuestión fundamental es la de la verdad y la fidelidad.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 141). Barcelona: Publicaciones Andamio.


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