27 de mayo

«¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?».
2 Samuel 9:8
Si Mefi-boset se sintió tan humillado por la benevolencia de David, ¿qué haremos nosotros en la presencia del bondadoso Señor? Cuanta más gracia recibamos, tanto menos pensaremos en nosotros mismos; porque la gracia, como la luz, revela nuestra impureza. Muchos santos eminentes no supieron casi a qué compararse, pues su sensación de indignidad era clara y profunda. Dijo el santo Rutherford: «Yo soy una rama seca y mustia, un pedazo de cadáver, un hueso seco, incapaz de hacer nada». Y en otro lugar escribe: «Excepto de sus conocidos pecados, no carezco de nada de aquello que tenían Judas y Caín». La mente humilde cree que las cosas más insignificantes de la naturaleza la aventajan, porque nunca incurrieron en el pecado. Un perro puede ser codicioso, feroz e inmundo, pero no tiene conciencia alguna que violar ni Espíritu Santo al que resistir. El perro puede ser un animal despreciable; sin embargo, con un poco de bondad pronto se le induce a querer a su dueño y a permanece fiel hasta la muerte. No obstante, nosotros olvidamos la bondad del Señor y no obedecemos a su llamamiento. El término «perro muerto» es el más expresivo de todos los términos despectivos, pero no hay ninguno demasiado fuerte para expresar el aborrecimiento que tienen de sí mismos los creyentes adoctrinados, los cuales no muestran una modestia fingida, sino que dicen lo que piensan. Se han pesado en la balanza del santuario y han descubierto la vanidad de sus caracteres. En el mejor de los casos, somos arcilla, polvo animado, meros montículos que caminan. Sin embargo, mirados como pecadores, somos en realidad monstruos. ¡Que se publique, pues, en el Cielo como una maravilla el que el Señor Jesús haya puesto el amor de su corazón en seres como nosotros! Aunque seamos polvo y ceniza debemos magnificar y magnificaremos la excelente grandeza de su gracia. ¿No podía él hallar descanso en el Cielo? ¿Tenía necesariamente que venir a estas tiendas de Cedar en busca de una esposa y elegir a una novia a quien el sol hubiera mirado? ¡Oh, prorrumpan en alabanza los cielos y la tierra, y den gloria a nuestro amable Señor Jesús!
Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 156). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.