31 MAYO
¡El pacto!
Deuteronomio 4 | Salmo 86–87 | Isaías 32 | Apocalipsis 2
La estructura del libro de Deuteronomio contiene muchos paralelos detallados con antiguos pactos o tratados que los poderes regionales establecían con sus Estados vasallos. Uno de los componentes de estos acuerdos era una especie de prolegómeno histórico, una recapitulación breve y selectiva de las circunstancias históricas que habían llevado a ambas partes a ese punto. Es el tipo de cosa que uno encuentra en Deuteronomio 1–3. Cuando el pueblo del pacto de Dios hizo su segundo acercamiento a la Tierra Prometida, cuarenta años después del Éxodo (1:3), y con toda una generación perdida, Moisés se apresura a grabar en la congregación la naturaleza del pacto, la magnitud del rescate que ahora era su herencia, la triste historia de rebeldía y, por encima de todo, la pura majestad y gloria de Dios a quienes están vinculados en esta relación sorprendentemente generosa del pacto.
Los tres capítulos de historia selectiva preparan el camino para Deuteronomio 4. Aquí, el repaso histórico ya ha acabado en gran parte; ahora las lecciones principales de dicha historia se hacen más evidentes. Revisar siempre y recordar lo que Dios ha hecho. Dios no nos debe a nosotros su asombrosa salvación. Ni mucho menos: “El Señor amó a tus antepasados y escogió a la descendencia de ellos; por eso te sacó de Egipto con su presencia y gran poder.” (4:37). Pero existen vínculos: “A ti se te ha mostrado todo esto para que sepas que el Señor es Dios, y que no hay otro fuera de él” (4:35). “Reconoce y considera seriamente hoy que el Señor es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y que no hay otro.” (4:39). “Tened, pues, cuidado de no olvidar el pacto que el Señor vuestro Dios ha hecho con vosotros. No os fabriquéis ídolos de ninguna figura que el Señor vuestro Dios os haya prohibido, porque el Señor vuestro Dios es fuego consumidor y Dios celoso.” (4:23–24). En otras palabras, debemos servir a Dios; pero solo él es Dios. Todas las generaciones de creyentes deben tener en cuenta esta verdad o enfrentarse a la ira de Dios.
De las muchas lecciones que surgen de este recuento histórico, surge silenciosamente un tema relativamente menor, doloroso para Moisés e importante para nosotros. El líder recuerda una y otra vez al pueblo que a él mismo no se le permitirá entrar en la tierra. Está aludiendo a la ocasión en que golpeó la roca en lugar de hablarle (Números 20; ver también la meditación del 9 de Mayo). Pero, ahora, señala con sinceridad que su pecado y castigo sucedieron, según él, “por causa vuestra” (Deuteronomio 1:37; 3:23–27; 4:21–22). Por supuesto que Moisés era responsable de su propia acción, pero, de haberse tratado de un pueblo piadoso, él no habría sido tentado. Su incredulidad persistente y sus quejas lo agobiaron.
Medite en una articulación de este principio en el Nuevo Testamento: Hebreos 13:17.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 151). Barcelona: Publicaciones Andamio.