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Compartamos la fragancia de Cristo
Charles Stanley
La gracia de Dios no es solo para nosotros, sino también para bendición de quienes conocemos y amamos.
Para bien o para mal, las actitudes son contagiosas; una mentalidad llena de amargura puede deprimir a otra persona, y una perspectiva llena de esperanza puede levantar a alguien. Todo lo que esté en nuestro corazón se desbordará en acciones, conversaciones y compromisos con otras personas (Pr 4.23). Por eso, después de la salvación personal, Dios nos llama a la santificación, para que podamos dar su fruto y enriquezcamos las vidas de quienes nos rodean.
Cristo lo dijo de esta manera: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5.16). La gracia de Dios no es solo para nosotros, sino también para bendición de quienes conocemos y amamos. No se limita a compartir el evangelio; podemos difundir la luz de Cristo a través de una palabra de aliento, un abrazo oportuno, o un oído atento. Al fin y al cabo, los creyentes deben ser “grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden” (2 Co 2.15).
PIENSE EN ESTO
¿En qué circunstancias se inclina usted hacia la amargura? ¿O hacia la alegría? ¿Cómo puede mejorar su “fragancia” el hecho de darse cuenta de esta propensión?
Biblia en un año: 2 Samuel 18-19